En un arranque de desesperación, miedo intenso y soledad, Lupita casi destrozó la colcha de alpaca que pongo sobre el sofá para el frío, y digo casi porque le abrió unos agujeros muy extraños, circulares. La convirtió en un queso suizo.
Pensé en tirarla ciertamente, o dársela a ella misma para que recordara su pecado cada noche en que durmiera sobre ella.
Luego decidí cortar alrededor de los agujeros y hacerme de varias franjas que como rompecabezas fui armando y empatando en un quilt muy bizarro.
Uni las bandas con hilos de bordar en colores brillantes, para no disimular lo que sucedió sino para resaltar su sufrimiento al ser maltratada por dientes filosos, patas seguramente empantanadas y su posterior abandono.
Ahora es más pequeña, no es perfectamente rectangular y aún tiene pequeñitos agujeros que solo yo percibo y se dónde están.
Pero aún abriga y sigue siendo una colcha, solo que con una vida diferente a la que siempre conoció.
Su nueva normalidad