desperdicio

Nadie podia percibir la igualdad de nuestra angustia, el frío que apretaba nuestro corazón sentadas las cuatro en aquellas sillas de clínica-hospital frente al consultorio donde minutos después nos llenarían el pecho de gel y nos conectarían para ver si nuestro corazón estaba mas sereno que nosotras y soportaría, sin mucho riesgo, el dulzor de la anestesia futura.

Yo, como fui la ultima en llegar, solamente di los buenos días, o las buenas tardes, que ya se sabe que el tiempo transcurrido en esos sitios se da vuelta de reves. Las otras tres mujeres me sonrieron y continuaron conversando.

“…pero es que Usted come suficiente, en cambio ella, no!” dijo con preocupación la mujer mas joven que sostenía y acariciaba el brazo de la  mayor sentada a su lado.

“…mire que yo le cocino todos los días lo que mas le gusta, que si un huevito hervido, una tarta de zapallitos, una maicena caliente dulcita, y nada, no come nada!” comento la chica volteando los ojos hacia arriba y mirando con afecto a la otra, como si regañara a una niña pequeña, por su falta de apetito.

Yo estaba esperando que dijera que también le hacia el avioncito para que abriera la boca y tomara las delicias ofrecidas, “un poquito mas, otra cucharadita” . La mujer objeto de todos estos comentarios, solo miraba con sus ojos increíblemente azules, y movía unas escasas hebras blancas de su cabello sonriendo tontamente.

La otra mujer, de una edad a medio camino de  las anteriores, dijo que si, que la falta de apetito era un problema y comenzó a enumerar con lujo de detalles la dieta que le habían mandado, “por un tema del colon, claro” y los litros de agua que debía tomar diariamente, “por un tema de sus riñones claro”.  Allí menciono también cuales frutas  tenia prohibidas, “por un tema de su diabetes, claro”, y el montón de pastillas que debía tomar, “por un tema del corazón, y de su derrame cerebral, claro” .

Yo estaba a punto de huir despavorida ante el cumulo de sus dolencias, cuando esta ultima le pregunto a la mas joven, “Y tu, eres su acompañante? a lo que la otra contesto, “Su hija, yo soy su hija. Disculpen un momento, que voy al baño, con permiso”  Y se alejo de nosotras tres moviendo las caderas, recordando seguramente los ritmos de Candombe recién escuchados en el carnaval mas largo del mundo, el de Uruguay, señores! en el que con toda seguridad bailo por las calles de Montevideo, luciendo su morenura de carnes apretadas y su corona de reina bien ajustada en los pequeñitos rizos color carbon.

Creo que la reina no habría llegado a los sanitarios cuando la viejita súbitamente adquirió vigor y declaro para que la oyéramos las dos, “Ella no es mi hija, sabés?  lo que pasa es que tiene tanto tiempo conmigo que ella dice así…” Su interlocutora, la de las múltiples enfermedades, le dijo que bueno, que ella tenia un hijo mas blanco que ella, y otro mas oscuro, como el padre.

Yo vi la cara de horror de la mayor, de que alguien pensara que había dado “un mal paso” o algo así y frunció sus delgados labios untados de carmín rosado, aplicados seguramente por la reina hija/no hija para que su madre/patrona se viera linda en su consulta medica.

Tanto amor desperdiciado. Yo lo que queria era llorar.

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